Andrea Alciato

Nacido en el norte de Italia, su padre embajador de Venecia y su madre miembro de la nobleza local, se doctoró en Derecho civil en la Universidad de Bolonia, tras haber estudiado antes en Milán y Pavía, a la que volvería —llamado por el Papa y protegido por los Sforza— después de su magisterio en las universidades de Aviñón y Bourges, así como una breve etapa también en la de Ferrara. Su intervención en los asuntos públicos se limitó no por falta de ofertas, sino de su propia disposición, que celosa de su vocación intelectual, rechazó cuantos cargos perjudicaran sus estudios, enseñanzas u obra.

Hijo privilegiado de un tiempo de luz para la academia, fue él mismo emblema de humanismo y renacimiento intelectual. Siguiendo el camino de Budé (ya apuntado por Nebrija) estudió de forma crítica las fuentes romanas, desembarazándose de la forzosa autoridad de los grandes glosadores, y del método que de ellos se arrastraba. Ya en la Universidad de Bourges, reputado y valorado de forma universal (siendo el profesor mejor pagado de su tiempo, y no sólo como docente, sino también como redactor de dictámenes —consilia— y consejero), terminó de conformar para el Derecho civil el método que habría de conocerse como mos gallicus, acaso la mayor revolución en la ciencia del derecho privado desde el surgimiento del —entonces desgastado— mos italicus, y hasta la nueva ciencia que traería Savigny.

Discípulo de grandes maestros, fue él mismo gran maestro de muchos notables en la Historia que vendría, académica o no (Antonio Agustín fue alumno suyo, como también Calvino o Francisco I de Francia, entre otros). Humanista, su conocimiento y su legado no se limita a lo jurídico. La filología fue para él un instrumento esencial en el estudio del Derecho, como también la historia o la literatura. De hecho, fue él mismo padre de la emblemática como género literario, sucesora de las fábulas (si bien las ilustraciones de cada texto son un añadido posterior). Con todo, su principal vocación y empeño fue el Derecho, del que él mismo (acaso demasiado optimista) afirmó —contraponiéndolo nada menos que a la filosofía y a la teología—, que el Derecho es la única ciencia que puede llegar a hacer al hombre honesto, sincero y evitar su corrupción.

Su primera obra en el ámbito del Derecho privado, «Pradoxa iuris civilis» ya apunta su proyección práctica y profunda fundamentación teórica, que no sólo discute los dogmas de la glosa, sino que se concretan en estudios específicos de figuras jurídicas de relevancia actual (y así se sigue citando, incluso a día de hoy, como la común referencia su trabajo relativo a la obligatoriedad de los contratos, la limitación de la libertad contractual, y la teoría de la imprevisión —origen común en muchos estudios actuales en el ámbito de la rebus sic stantibus).