Theodor Mommsen

Nació germano en lo que entonces formaba parte de la Corona danesa, en un pequeño pueblo que aún hoy apenas sobrepasa los dos mil quinientos habitantes. Hijo de una familia humilde, se trataba sin embargo de un ambiente con conocimiento y gusto por las letras. No en vano, su primera publicación no fue académica sino poesía, en un libro compuesto por él mismo con su hermano y el poeta Theodor Storm. Ello da cuenta no sólo de la amplitud de sus intereses, sino también del alcance de unos talentos que en lo literario aunarían disciplina y trabajo con una prosa que nunca abandonó el romanticismo alemán que impregnó todos sus textos.

Estudió Derecho en la Universidad de Kiel, doctorándose en la misma. Después de una breve estancia en París, una beca —danesa— le lleva tres años a Italia, que llevará ya siempre consigo, proponiéndose ya entonces recoger y estudiar la totalidad de las inscripciones epigráficas romanas, lo que apunta a la guía de su obra, en todas de sus dimensiones. Sobrevino entonces su peor momento, en el que hubo de dedicarse a impartir clases privadas para su subsistencia, entre tanto se enfrentaba a los daneses como secesionista. En esa dimensión de activista pro germano, se trasladó a Leipzig como periodista, aunque pronto impartió docencia de derecho romano en su Universidad. Marchó después al exilio, tras defender y oponerse sucesivamente a los monárquicos frente a los republicanos alemanes, encontrando refugio en la Universidad de Zurich como catedrático de derecho romano. Volvió después a la Universidad de Breslavia —como profesor de filosofía— y finalmente a la de Berlín, como catedrático de historia antigua; en la que permanecería activo y creativo hasta su muerte, dejando más de mil quinientas obras escritas —y dieciseis hijos— tras él.

Fue intensa su actividad política en su juventud hasta su exilio en Suiza; y de nuevo en su madurez, superados sus cincuenta años, como diputado de los liberales en el Reichstag. Duro en el lenguaje cuando elegía serlo, utilizándolo como lo había hecho en su juventud contra Dinamarca, no se contuvo en atacar el antisemitismo incipiente; ni tampoco de enfrentarse al propio Bismarck, quien llegó a querellarse con él por injurias (por las que fue Mommsen condenado, aunque se suspendiera luego la pena). Claudicó finalmente Mommsen (al terminar votando a favor del mantenimiento de las leyes de excepción de su rival contra los socialistas), tras lo que acabó distanciándose de la política para dedicarse principalmente a la academia.

Su ingente obra acabó desbordando cualquier clasificación, mas en general su trabajo puede dividirse entre epigrafía, historia y derecho, siendo la epigrafía fuente e hilo conductor de los otros dos brazos. Su Historia de Roma (continuada mucho después por El mundo de los Césares —en la traducción española—) le valió el Premio Nobel de Literatura, en consonancia con el escritor romántico en él que expresaba cada tesis del académico profesor. No evitó espejar en Roma su presente, ni tampoco, en su madurez, evocar en ella un futuro en el que fructificara la ciudadanía romana como germen de una suerte de nacionalidad mediterránea común.

En el ámbito jurídico, aunque pese a lo destacado sus obras en relación al Derecho público romano, no es menor su importancia para el Derecho privado. Culminó el camino creado por Antonio Agustín, que seguía la dirección apuntada por Nebrija y Alciato, hasta desentrañar, aclarar y unificar de forma definitiva las fuentes principales del Derecho privado romano. Demostró que, si bien Antonio Agustín acertó viendo el vetusto Manuscrito Florentino en el origen de las Vulgatas, éstas en realidad lo hicieron de forma indirecta, pues siguieron un Codex Secundus, copiado de aquél de Florencia, pero corregido con otro Códice X, perdido hoy pero con orígenes no más nuevos o menos legítimos. Así pudo cerrar el orden, completar el Digesto y, más aún, ofrecer todo el Corpus Iuris Civilis, en una edición “definitiva” que, si bien ha podido ser corregido o ampliado, se tratan de modificaciones de un cuerpo fijado y común, en contenido, orden y notación (empero, en España no siempre se ha seguido con rigor, pues la traducción más utilizada —de García del Corral—, parte de la edición de los hermanos Kriegel, que difiere —aunque no en mucho— de la fijada por Mommsen con la asistencia de un joven Krueger).

En fin, la terminación del cuerpo jurídico privado romano no sólo sentó las bases del actual estudio del Derecho romano, sino que, de alguna forma, también acabó de separarlo del estudio de una nueva ciencia jurídica. Ya no se trataba de desentrañar los principios o el derecho que fue, sino del que era, largo tiempo emancipado de aquel, y el que sería, ya con plena independencia, Derecho civil. Si Savigny fue la carne de la nueva ciencia del Derecho, y Ihering fue su espíritu, bien puede representar Mommsen la forma más acabada de los huesos que sustentaron lo demás.