Caspar Rudolf von Ihering (o «Jhering»)

Descendiente de una larga tradición de juristas, disfrutó de una profunda y dedicada educación, académica y extraacadémica, que habría de sostenerse en un conocimiento amplio y diverso. Dedicó la práctica totalidad de su vida profesional a la Universidad, como profesor e investigador del Derecho. Aun después de un breve —y malogrado— escarceo con la política, ennoblecido por el propio Emperador, continuó como catedrático de Derecho romano en Gotinga hasta sus últimos días. Es necesario advertir que su magisterio sobre el Derecho romano no puede entenderse bajo la consideración actual del mismo, sino como de una disciplina esencialmente vigente en aquel entonces, antes de la llegada del Código civil alemán poco después de la muerte del autor. Este carácter práctico, efectivo, del Derecho estudiado, explica la perspectiva y dirección de sus investigaciones, así como la definitiva relevancia de sus obras.

No siempre ha sido pacífica la consideración de Ihering como jurista. No han sido infrecuentes las críticas que lo han acusado de inespecífico, disperso u osado. Paradójicamente, aquellos adjetivos no han de ser completamente inciertos para entenderse no como rémora, sino como complemento de un estudio que, sin abandonar el rigor técnico ni la perspectiva iusprivatista, se enriqueció con los matices de otras ciencias y la fuerza de su prosa —y hasta de su humor— para elevarla, en el momento en el que lo necesitaba, por encima del mero dogmatismo. Partiendo del cómo, llegó al por qué y, de ahí, al para qué del Derecho. La luz de ese finalismo no sólo prefigura una dimensión sociológica del Derecho privado, sino que también diluye algunas de las sombras del interior del sistematismo historicista. No se trata únicamente, además, de las cuestiones que apuntó, ni las respuesta que ofreció; sino también de la renovación que supuso en la metodología y en la ciencia jurídica, desde entonces indisociables de aquellos intereses que configuró entonces como dignos de la protección del Derecho.

Su copiosa obra incluye escritos estrictamente técnicos, evolucionando desde la solidez de sus comienzos, hasta el atrevimiento de su pensamiento más maduro, apasionado en su razón y talentoso en su estilo. De su primera etapa, acaso la obra más destacada pueda ser El espíritu del Derecho romano —inacabada—, que ya contiene su concreción del derecho subjetivo en función de un interés jurídico protegido que acabaría tutelando, a la vez, tanto al individuo titular del Derecho, como a la sociedad en la que tal derecho se tutela. Más adelante, sin que cesara de publicar muchos otros textos, escribe su obra más influyente e inspiradora, La lucha por el Derecho, en el que se presenta el Derecho como el triunfo y, a su vez, el arma en una lucha continua por una justicia que tiene que ganarse, golpe a golpe. El Derecho no consigue nada por sí mismo como atributo de una colectividad abstracta, sino que es la herramienta que permite conseguir justicia al individuo, emancipado y fortalecido frente a un “pueblo” al que sirve, junto a sí, sin perder su protagonismo y singularidad. No lucha el individuo sólo para él mismo, también lucha para toda la sociedad en el interés conjunto de lo justo. En el mismo sentido, y con igual inspiración, publica Jurisprudencia en broma y en serio; mientras escribía también El fin en el derecho, que dejó inacabada, en la que el finalismo se encuentra con el utilitarismo como esencia y proyección del Derecho, tanto en cuanto a su génesis como para su estudio, interpretación y aplicación.