José Febrero

José Febrero nació humilde pero capaz en Mondoñedo, donde vendría instruido en lo básico de las letras por su tío, presbítero. No avanzó mucho más en su formación, y nunca cursaría estudios en leyes, aunque queda en su obra testimonio de su sagacidad y talento. Pasa a Madrid, protegido por el conde de Campomanes, progresando hasta llegar a ser el Escribano Real —notario del entonces— que fue hasta su muerte, tras la que dejó una obra pía en sostén de los desfavorecidos.

Se trata de un autor de una única obra, mas la fama de ésta, así como su trayecto e historia, terminó absorbiendo a quien la escribió, haciéndole apenas adjetivo de la misma. El conocido como “Febrero”, titulado como «Librería de escribanos o Instrucción jurídica teórico-práctica de principiantes», no se escribió como una obra con aspiraciones científicas. No pudo ser la obra del docto jurista que su autor nunca fue; ni pretendía su autor recoger el Derecho que debía ser; sino únicamente la práctica que efectivamente se daba en la aplicación efectiva de las leyes. Este “breviario vivo del derecho de su tiempo” respondió a una necesidad y una intención empujadas por la incertidumbre de lo que habría de hacerse, en correspondencia con lo que se hacía. Así, comienza Febrero a recoger tales usos, creando en su recopilación un orden y hasta un sistema de derecho, espejo teórico de la realidad práctica que refleja.

En cierto sentido podría considerarse «el Febrero» también como un epítome de la esencia del Derecho como un sistema necesario, incluso inevitable: Aunque acaso José Febrero pretendiera recopilar cuanto se hacía, como guía práctica de qué hacer, encontró en fin que para explicarlo —y sobre todo entenderlo— no bastaba la mera yuxtaposición de prácticas ni textos. Le fue necesario encontrar un porqué que uniera el cómo, resultando el germen del tratado que explica Derecho civil además del oficio de los prácticos.

El “Febrero”, publicado por primera vez en 1769, contenía una primera parte en tres volúmenes relativos a testamentos y contratos; y otra segunda, en cuatro volúmenes, relativa a los procesos de entonces. Siendo más que meros formularios —aunque menos que un tratado sistemático—, su temprano éxito se extendió no sólo a los escribanos a los que naturalmente habría de estar dirigido, sino también a abogados y jueces, y hasta a los estudiosos del Derecho. Su extensión y aplicación apenas tiene parangón en los textos jurídicos en España —y fuera de ella—. Fue ampliamente conocido, citado y utilizado desde su aparición hasta la codificación, tanto en España como en las Américas; convirtiéndose, sin haberlo nunca pretendido, en el tratado de Derecho civil con mayor aplicación de cuantos se compusieron. Incluso a día de hoy persisten partes de su contenido en las leyes de Luisiana.

La difusión generalizada del «Febrero» da testimonio, además del derecho que contiene, de la forma en la que éste se estudió y explicó en España hasta bien entrado el siglo XIX. Pero también la historia del «Febrero» acompaña y nutre también el crecimiento de la necesidad de un derecho y una doctrina nueva, que al tiempo que lo usaba también lo fue reformando, adaptando y elevando en sucesivas ediciones (como «el Febrero Reformado»; «el Febrero adicionado»; o «Febrero Novísimo», que fue luego reeditado por García Goyena y Joaquín de Aguirre primero, y luego por éste último con Montalbán y, en fin, reformado por Vicente Caravantes) hasta que se alcanzara al fin el Código.